
El asesinato del anima mundi

El asesinato del anima mundi
[7 min.]
Lo que hoy llamamos «revolución científica» no fue más que el esfuerzo del hombre por erradicar toda creencia en un cosmos vivo y sagrado.
Mis amoreeees, hace mucho tiempo un humano llamado Robert Boyle le quitó el alma al mundo. Hoy se le conoce como el padre del «método científico experimental». Les cuento cómo pasó eso, pero primero entendamos el contexto en el que creció este señor.
Era el año 1600 y Europa llevaba más de un siglo bajo una tensión político-religiosa muy heavy. ¿La razón? Católicos y protestantes no podían ponerse de acuerdo sobre cuestiones metafísicas. Ambos reconocían la existencia de un Dios, pero la manera de venerarlo variaba de una institución a otra.
¿Y qué con esto?
Recordemos que la educación y la producción de conocimiento eran monopolios de la Iglesia. Durante muchos siglos, fue el clero quien validaba si algo era o no cierto. Que existiera más de una institución religiosa reclamando tener la verdad significaba una ruptura de la ley y el orden, pero sobre todo, una ruptura de la certeza.
Se necesitaba producir un conocimiento al margen de lo invisible. Solo había un problema: era una tarea titánica mientras Dios (lo invisible) estuviera EN la naturaleza (lo visible). Así que entendamos que lo que hoy llamamos «revolución científica» no fue más que el esfuerzo del hombre por erradicar toda creencia en un cosmos vivo y sagrado con el único propósito de salir de un estado de incertidumbre.
Entonces, había que acabar con una cosmovisión en la que cada planeta, roca, planta o animal tenía voluntad y estaba impregnado de Divinidad, y esto fue lo único en lo que las dos iglesias coincidieron a pesar de su disputa. Ambas participaron activamente en eliminar cualquier rastro de sacralidad en el mundo. ¿Cómo? Les sonará eso de la quema de brujas, la herejía, etc. Y así fue. Las dos iglesias persiguieron y asesinaron mujeres sabias y chamanes que afirmaban que la naturaleza tenía alma (anima mundi) y que la Divinidad estaba AQUÍ, al alcance de cualquiera.
¿Se entiende? Ahora sí, volvamos.
En medio de todo este conflicto creció Robert Boyle. En su juventud experimentó con la alquimia y el ocultismo, pero rápidamente entendió que todo eso estaba ya tachado de herejía. Empezó a leer a Descartes y se interesó por su visión mecánica del mundo. A mediados del siglo XVII, en un intento por dejar atrás su pasado alquímico, inventó el «laboratorio público», un espacio en el que la naturaleza material iba a ser interrogada a través de experimentos «objetivos» con el fin de proteger el nuevo conocimiento de cualquier conflicto potencial que surgiese de disputas políticas o religiosas.
Llevó a cabo muchos experimentos importantes para la ciencia moderna, pero lo que al final terminó por separar lo visible y cuantificable de lo invisible y misterioso NO fue un experimento, fue una DECISIÓN. Tal cual. Nuestro venerado método científico nace de una declaración arbitraria. Les cuento:
Estaba Robert Boyle con un montón de «hombres educados» en su «laboratorio público» (que no admitía mujeres) haciendo experimentos aparentemente «objetivos» cuando se les presentó este dilema metafísico: con una bomba de succión habían extraído el aire del interior de un frasco de vidrio y al terminar, los científicos no estuvieron de acuerdo sobre lo que quedaba dentro del frasco: ¿estaba vacío o había algo más, simplemente imposible de medir?

Robert Boyle y su máquina de vacío con diversos complementos según un grabado de su libro New experiments physico-mechanical, touching the spring of the air, and its effects (1662).
Este desacuerdo es conocido como el dilema entre los «plenistas» y los «vacuistas». Los vacuistas afirmaban que cuando la bomba había sacado todo el aire del frasco no quedaba absolutamente nada dentro, pero los «plenistas» sostenían que quedaba una sustancia extremadamente sutil e invisible llamada éter.
¿Qué hizo Robert Boyle?
En lugar de tomar partido en este conflicto o continuar el experimento para tratar de llegar a un acuerdo, se limitó a decir que no podía pronunciarse sobre lo que podría quedar o no en el frasco de vidrio porque era un asunto que no podía resolverse de manera experimental. Declaró que se trataba de una «cuestión metafísica» que no tenía cabida en su laboratorio, una declaración totalmente motivada por su deseo de restablecer la certeza en el mundo, producir un conocimiento al margen de lo invisible y en últimas, cultivar una ciencia «limpia» de cualquier rasgo religioso, metafísico o sagrado.
Robert Boyle tomó una decisión. Entendamos esto: el paradigma científico moderno, el conocido «método científico» y la supuesta objetividad de la ciencia se basan en la jugada arbitraria de un hombre. Este episodio separó para siempre los dominios de la religión y de la ciencia. La religión podía reclamar autoridad sobre las creencias, lo místico, lo invisible, pero la ciencia tendría la última palabra sobre la naturaleza y la redujo a un ver para creer.
Fue así como Robert Boyle, con ayuda de otras joyas de la ciencia moderna, se inventó una naturaleza insensible, muerta, sin consciencia ni voluntad. Y una naturaleza así, despojada de lo divino, ha sido la excusa perfecta para que podamos explotarla y maltratarla. Por eso urge que recuperemos la sacralidad que hay en toda planta, animal, roca, planeta… en todo cuanto existe. Que volvamos a ver la magia y el alma del mundo… que volvamos a experimentar a Dios aquí y ahora en lugar de percibirlo como un ideal lejano y caricaturesco.
Poco a poco las plantas me están ayudando a recuperar este sentido de sacralidad. Me han hecho reconocer que como humanidad tenemos una herida de separación de la naturaleza muuuuy heavy, que afecta toda nuestra cosmovisión y nuestra educación, la relación con nuestro cuerpo, con los animales, con los recursos de este planeta, con otros seres humanos, con nuestra propia psique y quién sabe cuánto más. Las implicaciones son abrumantes, así que los invito a que seamos críticos con la descripción del mundo que hemos heredado de la ciencia… y sobre todo estemos abiertos, aún hay mucho por descubrir.
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